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A REFORMA PROTESTANTE E AS MULHERES








Rosemary Radford Ruether, en su libro Mujer nueva, tierra nueva..., escribe: “En las sociedades protestantes les tomó a las mujeres cien años de luchas continuas romper las barreras básicas que les negaban los derechos civiles y la educación y en las católicas el cambio ha sido aún más lento” (p. 37). Si bien es cierto que en las sociedades de tradición protestante ha habido una mayor sensibilización en lo que respecta a la situación de las mujeres y han sido pioneras en la reivindicación de la inserción y participación de la mujer en todos los ámbitos que configuran la vida de una sociedad, no es del todo cierto que en las iglesias protestantes se haya practicado, desde sus inicios y al cien por cien, una política de igualdad.

¿Qué papel representan las mujeres en las iglesias protestantes? El protestantismo está muy diversificado y podemos encontrar experiencias de todo tipo, de ahí que resulte muy difícil generalizar. La iglesia protestante está formada por muchas familias, todas ellas con sus propias idiosincrasias y teorías de todo tipo. Podemos encontrar grupos en los que hay un fuerte compromiso con la causa de las mujeres y éstas tienen pleno acceso a todos los cargos eclesiásticos y también grupos en los que las mujeres todavía llevan el velo como señal de que están bajo la autoridad del varón.

Lo que sí es cierto es que la tradición protestante, en general, defiende un profundo respeto por la libertad individual, lo cual permite identidades grupales muy diferentes. Esto puede considerarse como una virtud, ya que favorece, aunque no sea uniformemente, un avance en lo que podría denominarse “nuestras asignaturas pendientes” y, sin duda, la práctica de la igualdad lo es.

No me cabe la menor duda de que las iglesias protestantes cuentan, por definición, por tradición y por ideología, con las estructuras necesarias que les permitirán, en un futuro no muy lejano, vivir y experimentar la igualdad en todos los espacios que las constituyen.

Estoy completamente convencida de la importancia de mantener la memoria de un pueblo y de que esa memoria debe ser lo más exhaustiva posible. ¿Qué ha pasado con la memoria de las mujeres en un movimiento histórico tan importante para Occidente como el de la Reforma protestante? Como suele pasar en estos casos, no es que las mujeres protestantes no tengamos historia, se trata, más bien, de que ha sido invisibilizada y olvidada. Las mujeres protestantes también tenemos historia y debemos recuperarla.

Con la llegada de la Reforma de la mano de Lutero, se empieza a operar un gran cambio en cuanto a las mujeres: Se produce un rechazo del celibato y una visión positiva del matrimonio como una de los instrumentos que libera a las mujeres de la misoginia y de la denigración. Elizabeth Ahme dice: “La valoración que Lutero hace de la mujer viene marcada básicamente por el hecho de que ella ha sido creada por Dios y salvada por Cristo. Con esto Lutero superaba todos los obstáculos que había para que una mujer llegara a la plenitud, y abría el camino de una feliz aceptación y afirmación del papel que Dios le ha marcado”. (TF, p. 174)

Sin embargo, todavía quedaba mucho tiempo, muchas luchas y mucho trabajo para que las mujeres pudieran ser consideradas en un plano de igualdad con sus compañeros varones. En los escritos de Lutero todavía se puede apreciar que su ideal de mujer es, sobre todo, el de madre y esposa: “¿Qué mejor y más útil cosa puede enseñarse en la Iglesia que el ejemplo de una madre devota del hogar, que reza, suspira, pide a gritos, da gracias, regenta la casa, cumple con el débito conyugal y se dedica a la prole con la mayor castidad, gracia y bondad? ¿Qué más se puede pedir?” (TF, p.176)

Además, Lutero recurre una y otra vez a la palabra “natural” para justificar sus posiciones. Lo “natural” es: querer casarse y tener hijos; que la mujer se someta a la autoridad de su marido; que las mujeres den a luz con dolor, etc. Y este es el orden que Dios ha impuesto al mundo. Que las mujeres deben someterse a sus maridos es, según Lutero, algo inherente a su propia naturaleza, se trata, básicamente, de una necesidad ontológica. Puesto que Eva es la causante de la entrada del pecado en el mundo, y fue ella la que fue engañada y no Adán: las mujeres deben obedecer y seguir ciegamente las instrucciones de sus maridos, sean éstas cuales sean y sean éstas como sean. Esta obediencia ciega debe llevarse a cabo incluso con los maridos no cristianos por muy severos que parezcan: “Pero si una mujer reniega de su papel y asume autoridad sobre su marido, ya no está haciendo lo que le es propio, aquello para lo que fue creada, sino una labor que brota de su propia falta y del maligno. Pues Dios no creó ese sexo para gobernar, y además ellas nunca gobiernan con acierto”. Por tanto, para la moral protestante el matrimonio y la maternidad, no la virginidad, pasan a ser el ideal para la mujer cristiana y su más alta vocación

Resumiendo, debemos reconocer que la moral protestante tradicional ha promovido una comprensión de la mujer en su calidad de esposa y madre y no tanto en su calidad de mujer salvada por Jesucristo. El modelo de familia al que da lugar el protestantismo es el de familia burguesa, en la que el marido “sale a la calle” para enfrentarse con la vida y ganar el sustento de la familia, y la mujer se queda en casa construyendo y cuidando de un buen hogar. La mujer queda reducida a las funciones de consumo, crianza de los hijos y compensación emocional (MN,TN p. 38).

Pero como sabemos muy bien, las normas establecidas no siempre coinciden con la vida. La Reforma protestante coincide en la historia con uno de sus episodios más negros: la Santa Inquisición. La persecución, tortura y muerte de mujeres y hombres considerados traidores a la “santa madre Iglesia” adquirió unos niveles verdaderamente espeluznantes. Lutero y sus seguidores y seguidoras formaron parte de ese colectivo perseguido por la Inquisición.

La primera mujer que se atrevió a hacer una defensa de Lutero, ante el desconcierto de los inquisidores, fue Argula von Grumbach. En 1523 escribió al cuerpo académico de la Universidad de Ingoldstadt para defender a un joven de 18 años llamado Alsacius Seehofer, arrestado por su fervor luterano.

Argula afirmaba que los inquisidores habían sustituido a Cristo por Aristóteles, además de manifestar su desacuerdo con San Pablo por imponer sobre las mujeres el silencio en la iglesia. Esta mujer se convirtió en un símbolo de la “confusión, perplejidad e inquietud” femenina que se suscitó en toda Europa a través de los textos de Lutero. Los procesos femeninos de la Inquisición revelan que esta inquietud ya era importante, debido a las lecturas de Erasmo y de Savonarola.

Pero Argula von Grumbach no fue la única mujer que abrazó la Reforma, hubieron muchas otras, entre las cuales había intelectuales, literatas, comerciantes, campesinas, etc. Mencionaremos brevemente a algunas de esas mujeres de las que, afortunadamente, hemos podido seguir el rastro: Catharina von Bora (1499-1550), esposa de Lutero y tan comprometida como él en la causa; Ursula de Munstenberg (1491-1534), una monja de clausura que huyó, junto con otras compañeras, del convento de Freiberg y rechazó con contundencia la visión opresiva de la vida religiosa de las mujeres; Isabel de Brandeburgo (1485-1545) que se adhirió al luteranismo después de 25 años de matrimonio católico, a lo que su marido se opuso de forma bastante violenta y la amenazó con encarcelarla si no abrazaba de nuevo el catolicismo, y tuvo que huir y vivir en el exilio hasta su muerte, vagando por diferentes ciudades alemanas; Isabel de Brunswick (1510-1558), que se hizo protestante en 1538 después de haber escuchado la predicación de un pastor llamado Corvino (Antonio Rabner). A partir de ese momento se dedicó plenamente a la conversión de todo el ducado con el apoyo de su marido Eric I. Escribió un tratado sobre el matrimonio dedicado a su hija Ana María con motivo de su casamiento con el príncipe luterano Alberto de Prusia. Un poco más tarde escribió un libro de pensamientos consoladores para las viudas.

La mujeres anabaptistas merecen una mención especial, ya que su condición resulto ser bastante dramática: fueron consideradas herejes tanto por los católicos como por los protestantes, y muchas de ellas fueron procesadas y condenadas acusadas de radicalismo religioso y social. Vale la pena recordar a Isabel Dirks, una holandesa que fue considerada como maestra de los herejes por poseer una copia de los Evangelios en latín. Fue interrogada y torturada por los inquisidores desde el 15 de enero hasta el 27 de marzo de 1549 para que revelase el nombre de los otros adeptos del grupo. Cuando ella se negó a proporcionar dicha información fue metida en un saco y ahogada según el Derecho Romano del siglo VI que imponía la pena de muerte para los que defendiesen el “nuevo bautismo”.

También vale la pena mencionar a las italianas Giulia Gonzaga (1512-1566); Catherina Cibo (1501-1557); Vittoria Colona (14901547); Isabella Bresegna (1510-1567) (española pero exiliada en Nápoles huyendo de la Inquisición); Olimpia de Morato (1526-1555) que, a los 13 años ya sabía griego y latín, y leía a Cicerón.

De obligado recuerdo es una de las mujeres más representativas en la Reforma francesa: Margarita de Navarra (1555-1572). Sin duda, se trata de una mujer avanzada a su tiempo. Escribió y publico poesías y se caracterizó por su carácter abierto, por su cultura y por hacer de su corte un centro del humanismo. Asume la reforma calvinista, lo que la convierte en un blanco de las iras de la Inquisición, de la monarquía españolas y de los católicos franceses. Murió envenenada la Noche de San Bartolomé (matanza de 3000 hugonotes) el 24 de agosto de 1572.

Esas mujeres existieron de verdad y comprometieron su vida, hasta el punto de que esta especie de movimiento femenino interesado en la Reforma y que se originó en ella, provocó un sentimiento de crisis en lo que tenía que ver con las mujeres y el lugar que les correspondía. Esta mujer “en crisis” no fue soportado durante mucho tiempo por los protestantes e, inevitablemente, llegó el desengaño y la desilusión.

La primera desilusión fue los siete años del comienzo de la Reforma y de la guerra de los campesinos. Como es de suponer, la historiografía no recoge el número de campesinas que perecieron en la matanza de los 100.000 muertos reconocidos. Incitados de alguna manera por Lutero, católicos y protestantes torturaron y asesinaron sin compasión, sin justicia y sin decencia a muchas de esas mujeres.

Dos años después, en el Saqueo de Roma, muchas mujeres prefirieron suicidarse antes que caer en manos de unos o de otros. Este exterminio se llevó a cabo, en parte, por mercenarios alemanes. También fueron bastante disuasivos para las conciencias femeninas orientadas hacia la Reforma, los malos tratos de los anabaptistas radicales a las mujeres que se negaban a aceptar la poligamia.

Sin embargo, esta situación no pudo erradicar la aportación de las mujeres intelectuales. Algunas de ellas representan un verdadero ejemplo de cómo la primacía de la conciencia se defiende abandonándolo todo, incluso lo más amado, como pueden ser los hijos.

Muchas mujeres de la Reforma tuvieron que pasar por las torturas y las degradaciones de los autos inquisitoriales católicos y, desgraciadamente, también protestantes. Aunque debe reconocerse que las víctimas de las represiones anglicanas, lolardas y cuáqueras no tienen ni punto de comparación con las víctimas de la Inquisición.

Tampoco podemos olvidarnos del movimiento sufragista, mucho más fuerte en los países protestantes, más modernos, evolucionados y prósperos, que en los países católicos, de carácter más conservador y tradicionalista; ni del feminismo norteamericano, que parte de un sistema político democrático fuertemente ligado a los grupos protestantes que defendían la necesidad de una reforma moral (siguiendo las ideas de Butler), y la abolición de la esclavitud.

La participación femenina a favor de la abolición de la esclavitud creó una conciencia en las mujeres de que la situación de los esclavos y la suya propia no era demasiado diferente en lo que respecta a los derechos humanos.

Las condiciones sociales y culturales estadounidenses favorecieron la extensión de movimientos femeninos. Gracias a la práctica de los principios protestantes que promovían la lectura e interpretación individual de la Biblia, muchas mujeres fueron alfabetizadas, lo cual llevo casi a la erradicación del analfabetismo entre las mujeres americanas a principios del siglo XIX.

El primer documento colectivo del feminismo norteamericano lo encontramos en la Declaración de Seneca Falls, aprobada el 19 de Julio de 1848 en una iglesia metodista de esa población del estado de Nueva York. Elizabeth Cady Staton fue la encargada de leer estas palabras:

“La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones por parte del hombre con respecto a la mujer, y cuyo objetivo directo es el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella. Para demostrar esto, someteremos los hechos a un mundo confiado. El hombre nunca le ha permitido que ella disfrute del derecho inalienable del voto. La ha obligado a someterse a unas leyes en cuya elaboración no tiene voz.

Le ha negado derechos que se conceden a los hombres más ignorantes e indignos, tanto indígenas como extranjeros. Habiéndola privado de este primer derecho de todo ciudadano, el del sufragio, dejándola así sin representación en las asambleas legislativas, la ha oprimido desde todos los ángulos.

Si está casada la ha dejado civilmente muerta ante la ley.

La ha despojado de todo derecho de propiedad, incluso sobre el jornal que ella misma gana.

Moralmente la ha convertido en un ser irresponsable, ya que puede cometer toda clase de delitos con impunidad, con tal de que sean cometidos en presencia de su marido.

En el pacto matrimonial ella está obligada a prometer obediencia a su marido, llegando a ser éste a todos los efectos su amo –la ley le ha dado poder para privarla de su libertad y administrar castigos...” (Declaración de Séneca Falls).

La conciencia, por tanto, de la necesidad de reconocer los derechos y la dignidad de las mujeres como seres humanos, está ya muy clara en esta declaración de mediados del siglo XIX, leída y defendida por una ilustrada y comprometida mujer protestante. No cabe duda de que su religión le proveyó la fuerza y las ideas necesarias para emprender y continuar la lucha. A este respecto Richard Evans ha escrito: “La creencia protestante en el derecho de todos los hombres y mujeres a trabajar individualmente por su propi[o galardón] proporcionaría una seguridad indispensable, y a menudo realmente una auténtica inspiración, a muchas, si no a casi todas las luchadoras de las campañas feministas del siglo XIX.”

Resumiendo, las mujeres protestantes tenemos una historia, una tradición, una genealogía. Lo cierto es que han intentado privarnos de tan increíble privilegio. Una pregunta final: ¿Es justo, correcto, necesario y nada redundante referirnos a nuestra historia nombrando a los y las protestantes que nos precedieron? Nuestro pueblo no sólo tiene padres, también tiene madres. La historia protestante también tiene nombre de mujer.

*Joana Ortega es miembro del Consejo de la Iglesia Evangélica Betel (L'Hospitalet, Barcelona)

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Publicado en www.lupaprotestante.com

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